No basta con querer a nuestros hijos; es necesario que
ellos se sientan queridos y valorados. Hay, pues, que expresárselo, verbal y no
verbalmente, con claridad meridiana. Si hacen algo bien, hay que reconocérselo
y animarles. Si hacen algo mal, también hay que decírselo (pues la mentira es
enemiga de una autoimagen sanamente positiva), corrigiendo sus fallos
serenamente y sin descalificar a su persona (no confundir un error puntual con
una característica de la personalidad). Nuestras críticas deben ser
constructivas.
Debemos esperar de nuestros hijos lo mejor que puedan de
sí; creer de veras en su capacidad para el bien y la verdad; proponerles metas
elevadas, para que tengan que esforzarse y descubran su capacidad de mayor
rendimiento, pero también accesibles a sus posibilidades reales, y respetando
su ritmo de maduración, para que no se desanimen; proporcionarles oportunidades
de que, con sus talentos y habilidades, puedan experimentar el éxito.
No abrumar al hijo con alabanzas desmesuradas e
infundadas, que pueden hacerle creer que es un ser superior y propiciar una
dependencia morbosa de la aprobación de los demás. Esa hipervaloración y esa
dependencia le dejan indefenso ante la crítica y la desaprobación que, tarde o
temprano, encontrarán fuera del ámbito familiar.
No proyectemos en nuestros hijos nuestros propios temores
y experiencias negativas. Hay que intentar que nuestro hijo no se vea
"predestinado" a curar nuestras frustraciones o a cumplir nuestras
esperanzas. Debemos aceptar a nuestro hijo con sus ideas y actitudes y dejarle
tener las experiencias a él. Analicemos nuestros propias ideas y temores y
reflexionemos si hay alguna que pueda ser "irracional", fruto de
alguna experiencia dolorosa que el muchacho no tiene por qué pasar. Esa idea es
la que no tenemos derecho a intentar "colar" a nuestro hijo sin que
él nos lo haya pedido ni sus experiencias nos lo hayan hecho necesario
transmitir. Si podemos darle consejos o contarle nuestras experiencias, pero
nunca de forma categórica ni estableciendo reglas ("todo el mundo es
así", "nadie te va a ayudar", "no te fíes de nadie",
etc.)
Esforzarnos en
crear en nuestro hogar un ambiente caracterizado por:
– LIBERTAD de equivocarse, para que nuestros hijos aprendan a tomar
decisiones por su cuenta, sin miedo a que les rechacen o les humillen. Al hijo
hay que darle oportunidad de que manifieste su capacidad de decisión, su
posibilidad de equivocarse, su riesgo a errar en sus criterios, porque sólo eso
le llevará a la madurez. Hay que admitir la competencia del hijo mientras no
demuestre lo contrario.
– DISCIPLINA, porque se ha comprobado que los jóvenes educados en un
entorno excesivamente permisivo suelen tener menos autoestima que los formados
en un entorno razonablemente estructurado, firme, exigente y, a la vez,
cordial.
– RESPETO visceral hacia la persona de nuestro hijo, porque, si le
tratamos con verdadero respeto, su autorrespeto aumentará, y él aprenderá a
respetar a los demás. Ello supone que nunca el padre o la madre hable en lugar
del hijo, que nunca suplanten al hijo en decisiones que puede tomar por sí
mismo, ni impongan lo que ha de hacer, decir o pensar, ni invadan el campo de
lo que ha de hacer el hijo.
– ACEPTACIÓN de los aspectos positivos y negativos propios y de los
demás.
Webgrafía:
Taller para padres o tutores. "Ayudándonos a promover la adaptación saludable de nuestros adolescentes" Sesiones 2 (fichas 8 a 13) Revisada la página el 1 de diciembre del 2013 <http://www.msssi.gob.es/ciudadanos/proteccionSalud/adolescencia/docs/Ado4_2.pdf>
Imagen flores, página revisada el 1 de diciembre del 2013. <http://static.freepik.com/foto-gratis/crecer-lapso-de-tiempo-amaryllis-flor-florecer-secuencia_121-73353.jpg>
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